sábado, 31 de diciembre de 2011

#36 Suma y sigue

Creo que es la primera vez que pongo el título a una entrada antes de escribirla. No pensaba escribir ninguna entrada dedicada a fin de año, o a hacer un balance sobre todo este año, porque a diferencia del anterior, este año algunos de vosotros habéis podido vivir conmigo algunas de las grandes experiencias que han inundado 2011. Pero me resulta simpático, por así decirlo, la cantidad de personas que en estos últimos días del año empiezan ¡ahora! a hacer balance de todo lo que les ha pasado, lamentándose por cosas que no han hecho o que no les ha gustado como han ido, y alegrándose por otras que les han llenado de felicidad.

Es bonito hacer balance, y proponerte cosas para el año siguiente, pero todos sabemos que la mayoría de ellas se quedan en el camino, y que aunque no hagas balance, cuando pase el tiempo, serás realmente consciente de todo lo que has aprendido.

Es complicado ver con claridad lo que te ha aportada un sólo año de tu vida, pues no solemos ser muy objetivos y no nos damos cuenta de que todo, sea bueno o malo, es una enseñanza que nos da la vida, y que nosotros debemos interpretar de la mejor forma que podamos, intentando sacar siempre el lado útil, o positivo de aquello que nos haya acontecido.

Para mí, personalmente, ha sido un año justamente de eso: de aprender. He aprendido mucho, y poco a poco me doy cuenta de que aprendo a apreciar mejor los platos amargos y dulces que me sirve cada nuevo día.

Que la gente haga balance me parece una muy buena idea para ordenar vivencias, para recordar, para compartir con otras personas sobre el cómo has crecido o no durante unos 365 días. Pero yo, desde aquí, te pido a ti, si justo a ti, que hoy, esta noche, celebres con los que más quieras que has vivido un año. Tan sencillo como eso. Has superado otros 365 de un año de tu vida. ¡Estás aquí! ¡Vivo!

Esta noche brinda, no por lo que vas a hacer en este nuevo año, sino porque has hecho muchas cosas en el anterior, porque has sonreído, has llorado, te has caído, te has levantado, has gritado, corrido, te has lamentado, has perdonado, has podido cantar y bailar a tu manera, posiblemente has conocido a muchas personas interesantes, y otras se han ido y has sido capaz de aprender de lo que esas personas te dejaron, has escuchado, y tenido conversaciones divertidísimas e interesantes, has visto cosas que antes nunca viste, has estado vivo durante un año más... y quizás algunos ya no puedan decir lo mismo.

Por esas personas que ya no están, sonríe y brinda esta noche, porque ellas seguro te enseñaron algo muy valioso, como por ejemplo, a echar de menos y saber superar una pérdida.

Sé feliz de estar con amigos, con tu familia, con la persona que amas.
Celebrad no hoy, sino siempre, que podéis soñar...

Sed felices. 
En este año, y en todos los que vengan.
Suma y sigue.
No te pares.

lunes, 12 de diciembre de 2011

#35 Un camino recorrido. Gracias.

Hace justo un año, y más o menos por esta hora me decidí a escribir en este blog. Yo ya había tenido decenas de blogs o similares en los que he escrito desde los quince años, pero ninguno de ellos me duraba más de dos meses o tres.

Con el cambio que hubo en mi vida como fue la entrada en la Universidad y el inicio de una relación, que puedo confirmar a día de hoy, seria, me vi en cierta necesidad de plasmar en un blog aquellas vivencias y pensamientos conforme fueran pasando los días, y así controlar un poco mis días y tener organizado ciertos aspectos que a veces están totalmente desordenados en mi cabeza. Decidí crear este blog para mostrar mi descontento o agrado por ciertos temas, con la intención de mostrar mis inquietudes personales y aspectos del mundo desde mi perspectiva personal.

Ha pasado un año, y aunque es cierto que no he escrito con regularidad, si que lo he hecho al menos una vez al mes. Desde aquí intento excusarme ante mis amigos, que son los más asiduos lectores por insistirme en continuas ocasiones que retomara la escritura o comentase algo sobre cierto tema de interés. Si bien no lo he hecho ha sido, o bien por tiempo, por ganas o por no encontrar las palabras adecuadas. Pero en realidad, todo esto no son más que excusas para decir que tenía cierto miedo de que este blog durase lo mismo que el resto, y no quería escribir mucho ante la posibilidad de hacerme perder a mí misma o a otra persona tiempo e interés.

Pero lo cierto es que hemos superado un año. Ha sido un año interesante, en el que debo confesar que he escrito más entradas en mi mente que aquí mismo, pero debo decir, que poco a poco me siento cada vez más cómoda frente a un teclado escribiendo para, muchas veces, gente sin nombre.

Quiero dar desde aquí las gracias de todo corazón a todas esas personas que me han mostrado en persona, por comentarios o por otro medio su apoyo y su admiración. Os estoy agradecida a todos, porque me han ayudado a seguir escribiendo. Debo decir que agradezco las muestras de apoyo en persona, pero el hecho de tomarse un par de minutos en escribir algún comentario aquí en el blog es algo que, creo, todos los "bloggeros" (¡ya puedo llamarme así!) valoramos muchísimo. Es importante, porque a veces creemos que nadie nos lee, que no resultamos interesantes, y por tanto, perdemos las ganas de escribir cualquier entrada. La retroalimentación es necesaria para todos nosotros, y mucho más en un proceso comunicativo como el que yo intento establecer con mis lectores, en el que no sólo espero que me lean, sino también leerles yo a ellos. Sus ideas me ayudan y en muchos casos me resultan muy constructivas, animándome a mejorar mi escritura o haciéndome ver las cosas desde otro prisma.

Así pues, felicidades a ti por leerme, felicidades a la comunidad Blogger porque definitivamente me tiene entre sus miembros fijos, felicidades a ti Marta (¡sí, a mi!), porque has logrado mantener un blog durante un año, y gracias a todas las personas que me inspiran cada día para escribir, la mayoría de ellas, personas anónimas que quizás jamás vuelva a ver, y otras, gratamente conocidas.

¡Felicidades a todos por acompañarme en este Camino al delirio!

domingo, 11 de diciembre de 2011

#34 'Valentía' es nombre de mujer

Der Kuss (Gustav Klimt, 1907/8)
Muchas religiones nos relegan a un segundo o tercer plano, la historia ha sido contada por hombres y por tanto, hemos aprendido que la han construido los hombres. Se nos han encargado sin embargo tareas muy duras, y casi siempre desde un papel pasivo centradas en el cuidado de los niños y el hogar, postradas en un rincón al servicio de los hombres, estando bellas y hermosas y siempre dispuestas a los deseos de los varones y de lo que la sociedad esperaba de nosotras. Ha habido y hay movimientos feministas que reivindican un derecho igual e incluso superior al de los hombres. Yo personalmente no estoy de acuerdo con esta postura, no considero que ninguno de los sexos se merezca mayores derechos en cualquier ámbito que el otro, yo apoyo la igualdad. Una igualdad que en siglo XXI aunque mucho mayor que la de hace a penas veinte o treinta años ni existía, aún así sigue siendo insuficiente. Se tiene la creencia de que esta igualdad es mucho mayor de lo que realmente es, pero esa creencia la tienen sobretodo los hombres, como es lógico. Nosotras vivimos al otro lado, y ya sea por experiencia propia o por la de amigas, familiares o compañeras sabemos que aún nos queda mucho por lo que luchar.

Y la lucha es algo contra lo que precisamente tenemos que luchar. La lucha física, bruta, animal, irracional, cruel, dolorosa, hiriente, sangrienta, psicológica, profunda, dañina, y en muchos casos mortal.
Intento buscar más adjetivos y términos para describir la dura realidad que viven tantas decenas de mujeres ahora mismo, mientras tranquilamente estás leyendo esta entrada. Mujeres a las que les cuesta repirar, por miedo  a hacerlo demasiado fuerte y despertar a aquel que creían su príncipe azul pero que se convirtió en dragón escupefuego. Que cada día se despiertan con un mismo Sol cruel que les quema la piel mostrando las heridas y moratones, que hace temblar sus articulaciones como si se fueran a romper, y que sólo alimentan la esperanza de que la muerte llegue cuanto antes posible para poder descansar. Almas perdidas que temen más por la vida de sus hijos, que por la suya propia, que no encuentran consuelo en familiares que le instan a que denuncien al amor de su vida, que no entienden que lo ama. Porque lo aman, o al menos, aman el recuerdo de ese hombre del que se enamoraron.  Mujeres que a ojos de vecinos son amadas, pero que son maltratadas en el hogar. Princesas de un cuadro de Klimt que el pueblo cree amadas cuando se sienten mutiladas.

Realmente, me siento muy torpe al intentar describir una realidad que yo no he experimentado ni espero experimentar en mi vida. Me siento realmente culpable por no poder expresar con unas palabras tranquilas lo que ellas pueden sentir, porque simplemente, no se puede, creo, describir. Creo que es un dolor emocional y físico tan intenso que hace enmudecer y que sólo intenta buscar un lugar tranquilo donde calmarse y sanar.

El Viernes pasado me paso algo que ni ahora mismo logro entender, o al menos es complicado que alguien ajeno a mí misma entienda.
Durante una extraña mañana de clases en la que la Facultad estaba casi vacía, durante la hora de la clase de Psicología de la Personalidad llegamos al tema que trata sobre la Violencia de Género, peor antes de abordar los conceptos teóricos y académicos la profesora decidió que entrásemos por una puerta mucho más cercana, más sensorial y emocional, con el visionado de una película española, "Solo Mía", la primera película que trata sobre el maltrato hacia la mujer. Nadie tenía muchas expectativas sobre esa clase, incluida yo. Pero no sabía lo equivocada que estaba hasta unas horas después.

La película mostraba a una pareja normal, con un hombre cariñoso y buen trabajo y una mujer inteligente y con personalidad que se amaban con devoción. Pero conforme pasaban los minutos de película y los días en su imaginaria realidad la conducta del hombre se volvía paranoica, obsesiva, brutal. Hasta hoy, sólo hemos podido visionar los primeros cincuenta minutos de la cinta, pero en esa pequeña, primera y creo, menos brutal muestra, impactó sobre mi mente de una forma que nunca imaginé. Las escenas de palizas totalmente realistas y una violación fueron tan impactantes que al salir del aula mi mente se llevó todas esas horribles sensaciones y se asentaron muy dentro de mí.

Me resultó complicado atender a la última clase, y ya en la calle andaba como un muerto viviente de camino a las paradas de autobús, de camino a mi casa. Estaba metida dentro de mí misma, reprochándome el hecho de no haber mostrado más interés antes a ese hecho que se anuncia casi diariamente en el telediario o en el periódico con cifras de muertes de mujeres asesinadas a manos de sus parejas sentimentales. Siempre me habían parecido noticias horribles y me enfurecía con el agresor, pero nunca me ponía en el lugar de la mujer, al menos no conscientemente. Siempre había tenido palabras y pensamientos horribles sobre el monstruo y algunos tristes sobre la víctima. Me odié a mi misma por no haber sido más observadora, más consciente, por simplemente, no haberme parado más tiempo a pensar en cómo podía yo ayudar a todas esas mujeres que se encuentren en situación de maltrato.

Llegué a casa, y a penas comí. Hablé con mi madre, e intentó animarme, decirme que no podía afectarme algo tanto estudiando lo que estaba estudiando y con perspectivas de un trabajo que me va a obligar a enfrentarme a situaciones muy difíciles. Pero ese día, me olvidé de todo y sin yo quererlo me sumí en una profunda tristeza y un odio y temor por todo el género masculino.

¿Conocen mis lectores esa genial iniciativa de Médicos Sin Fronteras que consiste en unas pastillas en contra del dolor ajeno? Pues bien. El Viernes pasado parecía que yo había ingerido grandes cantidades, no de un chicle de menta simbólico, sino de grandes dosis de maltrato.

Me apalanqué en la cama intentando desterrar ese temor de mi mente, ese dolor que yo no estaba sufriendo realmente pero que sentía en mi. Mi chico me llamó para salir, pero hasta de él, que siempre me había tratado y me trata tan bien, sentía miedo. Aun así, insistió en animarme y me recogió por la noche para ir a cenar con unos amigos. De camino al lugar de encuentro el coche se llenó de mis lágrimas y mis llantos. No podía para de explicarle a Él lo horrible que era esa situación para todas esas mujeres, de llorar y gritar que era una maldita injusticias, de martirizarme a mí misma por no haberles dedicado ni un sólo pensamiento antes. Tuve un ataque de pánico, o eso creo que fue, no lo se bien.

Fue algo parecido a cuando alguien presencia un horrible accidente, pero aunque a él o ella no le haya pasado nada no puede parar de gritar y gritar, a pesar de que todos los de su alrededor le aseguren que está bien, que no le ha pasado nada. Yo no podía parar de llorar y llorar y sentir el dolor imaginario de esas mujeres.

No se lo que esas mujeres sienten, y no quiero experimentarlo, pero el Viernes me conciencié de una manera tan profunda que a pesar de que ya, evidentemente, no siento ese pavor hacia los hombres, ni lloro desconsolada, en mi mente esas mujeres tendrán un lugar privilegiado de cariño y comprensión.

Intentaré suplir estos años de ignorancia hacia ellas con mayor interés, intentando hacer algo si está en mi mano. Intento ahora, desde aquí a animaros a estar atentos a cualquier señal de maltrato a vuestro alrededor, de dar fuerza a esas mujeres, que deben volver a creer que son valientes y capaces de todo. Intento desde aquí dar mi aliento a todas vosotras, como yo, mujeres.

#33 Psicólogos y extraterrestres

Realmente hay gente que la parte de sí mismo que se encarga de conocer que actos pueden dañar a los demás y qué actos no está total e irremediablemente atrofiada. Todos conocemos a alguien que cumple un patrón como el siguiente, a saber: se presenta siempre feliz y contento ante todos y todas, ridiculiza y subestima cualquier problema que no les afecte a ellos directamente, engrandece sus cualidades, tanto las buenas como las malas, y sus problemas, le gustan los secretos, pero no el hecho de que sean confidenciales, compiten por todo y por todos (si, por esto me refiero a personas), son incapaces de encontrar pareja o si la encuentran rápidamente se cansan de ella, aunque siempre están preguntándose por qué están solos, su apariencia es muy similar a la de la gran mayoría de la población pero aseguran firmemente que son originales y únicos, que sus ideas y pensamientos son revolucionarias en su edad o en su género, y aunque intenten mostrar sentimientos de compasión y empatía, no los ponen en práctica en eventos y reuniones sociales o situaciones personales íntimas.

Este tipo de personas son las que yo, personalmente, no soporto.
Hay más tipos, o quizás sólo sea uno pero se me han olvidado añadir ciertos aspectos de esos sujetos, no lo se.

Hace unos días, en una red social que frecuento bastante, Twitter, escribí una frase como tantas otras con el mero objetivo de desahogarme y mostrar mi desagrado al viento, sin nombrar a nadie, simplemente una frase sin destinatario. Decía algo así como que hay personas que por mucho que se esfuercen nunca me caerán bien.
Esto, tiene sentido. La personalidad de alguien es algo que aunque cambia transituacionalmente es constante o prácticamente inmutable en el tiempo. Es cierto que no somos los mismos cuando nacemos a cuando somos adolescentes o adultos, pero hay una base que es inmutable. Es más, hay una parte de nuestra personalidad, de esa importante parte de lo que somos que tiene una base biológica y hereditaria, y que aunque con esfuerzo puede ser modificada, sólo se realiza un cambio cuando la persona en cuestión la encuentra desadaptativa, pues requiere gran fuerza de voluntad, compromiso y tiempo, y por todo esto, altas dosis de motivación intrínseca.

Es por eso, que cuando digo que por mucho que se esfuercen, y con esto me refiero, superficialmente, hay personas que nunca congeniarán conmigo.

Pero hoy, una persona se pronunció ante mi comentario que sólo debía escuchar el viento y se refirió a mi con cierta pena, aludiendo a que yo, como Estudiante de Psicología, era un poco triste que presentase ese sentimiento.

Realmente, me molestó esa observación. Por varios motivos que espero se entiendan a continuación.

En primer lugar es cierto, soy Estudiante de Psicología, pero antes de serlo, era, soy y seré persona, una persona humana que sufre, que siente, que ríe y que llora, que come, bebe, camina, se enamora, y se enfurece. No soy extraterrestre. Soy humana. Como cualquier otra persona de este mundo. No un Médico, por ser Médico no puede ponerse enfermo y mostrar entonces síntomas de lo que él está intentando curar en sus pacientes. Es por eso, que esa observación me parece totalmente absurda.
La gente trata a los Psicólogos y estudiantes de Psicología como seres inmunes al enfado, a enfermedades y desórdenes mentales, quieren vernos como personas estables emocional y socialmente. Y no señores, ante todo somos personas, y tenemos problemas como todos los humanos. Yo misma he considerado muchas veces que necesito a un compañero de mi especialidad, pero él necesitaría otro, y así sucesivamente...
Si yo me estoy formando, es cierto que es para entenderos mejor a todos vosotros y a mí misma, pero por ese mismo hecho, debo aceptarme como soy e intentar cambiar en mí aquellas conductas que no me ayuden, tal y cómo hago o haré en un futuro con aquel que requiera mi ayuda profesional. Estudiamos para entender y ayudar a la gente, no para que nos caiga bien todo el mundo.

Los Psicológos no vamos por la calle psicoanalizando a la gente (más que nada porque el Psicoanálisis es una disciplina no-académica en Europa), ni diagnosticando síndromes, ni queremos que mientras estamos tomando una copa nos contéis vuestros sueños para saber que opinamos, y que por muchos problemas que tengas, yo seguro también los tendré, y si quieres que te atienda, o te ves en la necesidad de hacerlo, hay profesionales que ya han finalizado la carrera.

A veces, es agobiante... la presión que ejerce la sociedad sobre qué tipo de materias de conocimiento. No veo que la gente haga lo mismo con abogados o ingenieros, pero lo cierto es que en esta sociedad europea somos igualmente admirados con curiosidad y odiados con temor.

En segundo lugar, como he dicho, la personalidad es algo que es difícil de cambiar y al igual que nadie se lleva bien con todo el mundo, nosotros tampoco. Existen normas sociales, y además, yo personalmente admiro la lealtad, la sinceridad y el saber estar en un lugar. Si alguien quebranta esas tres o más normas sociales resulta muy difícil, sino imposible, que se gane mi afecto y mi confianza. Como ven mis lectores, no soy extraña a nadie, mi código de valores es el mismo al de todos ustedes. Yo sólo puedo cambiar, en un caso hipotético, ese código en el ámbito profesional, donde esa persona que requiera mis servicios no mantendrá ningún tipo de relación personal conmigo, y por tanto, podré mostrarme ante ella tal y cómo exijan las circunstancias.

En tercer, y para mi, más importante lugar, la gente habla mucho desde la ignorancia, sin conocer, asumiendo que lo que creen o piensan es lo que realmente es, cuando puede resultar ser todo lo contrario. La ignorancia es otro punto que, cuando es de forma involuntaria perdono y ayudo si así lo desea la otra persona, a que se solvente, pero cuando es de forma voluntaria, me resulta muy desagradable. Yo soy ignorante en muchas cosas, pero nada más darme cuenta no paro de preguntar sobre el tema en cuestión, intentando ser un poco menos ignorante. No me cuesta reconocer que me he equivocado. Tengo muchos defectos, pero ese no es uno, cuando me hacen totalmente consciente de que no estoy en lo correcto.

Esta entrada es un poco la muestra de mi indignación al trato que recibimos a veces los estudiantes de aquellas materias que tratan de entender al ser humano y de ayudarlo. Todos nosotros estamos inmersos en ese proceso de entendimiento. No estudiamos a los humanos de forma externa, sino empezando por nosotros mismos. Y es complicado hacer ver al resto de la sociedad la ardua tarea que es esa.

Con esta entrada pido un poco más de respeto y un poco (o un mucho) menos de ignorancia.

sábado, 10 de diciembre de 2011

#32 I'm haunted by humans

El día se ha despertado gris, el Sol ha decidido darme una tregua de esta semana y no quiere ni que me preocupe por si sus rayos puedan calentar demasiado mi piel. Pero claro, hace frío... mucho frío... y mi imagen en pijama, metida en una bata calentita, con calcetines y zapatillas y frente al portátil escribiendo por la mañana temprano también es acorde a esta estampa gris.

Ha sido una semana intensa, una semana en la que la ventana tras la cuál me gusta observar a esos extraños humanos se rompió y me dejó inmune a una gran cantidad de emociones y sensaciones que difícilmente lograré plasmar en palabras en este frío formato digital.

Pero si aún así quieres intentar entender lo que he vivido esta semana, aquí tienes, historias reales, sencillas y cercanas, muestras de la vida...

De jefes y lágrimas hechas hijos...
El comienzo de esta semana extraña de fiestas intermitentes fue curioso. Una compañera de clase tuvimos que ir a una sucursal bancaria (cuyo nombre no diré) para hacer un trabajo en el contexto de las clases de Psicología de las Organizaciones, y tras ponernos en contacto con la directora de dicha sucursal (una chica gaditana, muy guapa y muy simpática, que ha pasado más tiempo de su vida en Londres que en España y a la que nunca se le cae la sonrisa en unos labios cuidadosamente encarmintados) acudimos por la mañana del Lunes. Al entrar en la sucursal, que era pequeñita, pregunté a una chica que no hacía más que correr donde podíamos encontrar a su superior, pero ella sólo asentía, como si supiera todo lo que íbamos a decir. Tras esto, la directora salió de su despacho, nos cogió del brazo a mi compañera y a mi y haciendo una señal a la chica que sólo asentía nos llevaron a la calle y empezaron a hacer preguntas. ¡Esto era de locos! ¡Las que teníamos que hacer preguntas éramos nosotras!

Llegamos a un café y, así tal cual, como si nos conociéramos de toda la vida, nos invitaron a desayunar mientras nos contaban experiencias de su vida, criticaban sus puestos de trabajo, reían entre ellas y se hacían bromas. Y fumaban. Fumaban mucho.

Estas dos mujeres, de 33 y 37 años eran puro nervios hechos feminidad y energía. Sonrisas y palabras aceleradas que caminaban y saludaban a todos los que se cruzaban por la calle.

Tras esto, entramos en el despacho de una de ellas para hacerle una entrevista, y mientras describía a sus jefes como "fríos y sin escrúpulos", se sentía desalentada y triste con un trabajo que le exigía no tener pareja ni hijos, que la mantenía presa del capricho de personas que había perdido gran parte de su humanidad... pero siempre sonreía. Durante las dos horas que estuvimos con ella siempre nos trató con cariño y se mostró servicial.

Cuando acabamos de hablar con ella, nos sentamos frente a la otra chica, que encontraba más dificultades a la hora de rellenar una serie de cuestionarios que le habíamos pedido que completase. Agobiada, tras terminar de completarlos, nos contó con una voz débil y entre susurros ahogada en lágrimas que no podían salir en su lugar de trabajo lo mucho que echaba de menos a sus hijos, a los que si veía, ya estaban dormidos. Lo mucho que le apenaba estar perdiéndose experiencias importantes de sus hijos, de no ser una madre como otra cualquiera. Tras acabar se levantó y nos dio un fuerte abrazo, como queriéndose  venir con nosotras, como dejándose parte de su tristeza en nuestro pecho... y lo consiguió un poco.

Nos despedimos de ambas, pero al salir, mi compañera y yo hablábamos y callábamos a intervalos muy irregulares en los que se unían nuestras grandes ganas de intentar ayudar a personas como esas dos maravillosas mujeres que muy amablemente nos atendieron para que nosotras pudiéramos conseguir unos míseros puntos con un trabajo que no iba a reflejar verdaderamente todo lo que esas personas sentían y pensaban.

Mientras paseábamos por un parque de vuelta a casa, con las carpetas llenas de sus testimonios y tests cumplimentados en nuestros corazones y en nuestra mente se quedaban todas esas cosas que ni podemos ni debemos contar, pero que nos han ayudado a abrir los ojos un poquito más.

Aunque el lector no lo crea, una sucursal bancaria como a la que fuimos es un ejemplo cualquiera como podría serlo una frutería, un estanco, una floristería o una empresa automovilística. Aunque el lector no se de cuenta, de tras de esos nombres de empresas hay miles de personas que están obligadas a sonreír y a contener las lágrimas aunque no quieran. A todas esas personas, les abro mis brazos para que reciben desde mis simples letras todo el ánimo y el apoyo.

De cómo cambiarlo todo con 50 años...
Durante ese mismo Lunes, pero ya por la tarde, me tocó ir a trabajar, y no os lo he dicho, pero ahora tenemos uniformes. Unos uniformes horrorosos color amarillo chillón, pero que por lo menos son calentitos.
Claro que ese día no acudió mucha gente, hacía mucho frío y el día siguiente era fiesta así que bueno, entre corrillos de compañeros que ya nos conocíamos desde hacía tiempo y otros que veíamos por primera vez descubrí a una señora de 55 años que tras haber sido engañada por su marido seis años atrás, se había formado para ser Auxiliar de Enfermería, se había comprado un coche, había perdido peso y ahora se presentaba a las elecciones del sindicato de trabajadores para la empresa a la que trabajábamos. Pero eso no queda ahí, porque un año antes del actual le había diagnosticado cáncer de útero y la operaron de Urgencia. Y esa señora estaba ahí, frente a ti, orgullosa de sí misma, sonriendo pero con los ojos húmedos contándonos que tenían un amigo al que conoció en las repetidas veces que asistió y asiste al teatro y lo bien que se siente con él ahora.

Mi error ha sido quizás deciros de antemano la edad que tenía y tiene esta señora, pues si no os hubiese dicho nada referente a su edad ni al horrible y deshonesto episodio que protagonizó su marido marchándose con la encargada de un prostíbulo, quizás habríais pensado que esta historia podía tratarse de cualquier chica joven de no más de veinticinco años. Pero no, esta agradable mujer, que me abrazó cuando acabó nuestra jornada y me deseó lo mejor del mundo, afirmando cosas de mí que era imposible que supiera pero que acertó de lleno, ha pasado ya la mitad de su vida, y justo en el Ecuador vio como el amor de su vida, del que ella siempre ha afirmado que estaba perdidamente enamorada, la abandonó. Pero la tristeza no le duró mucho. Es una mujer realista y en el intervalo desde que se produjo el abandono hasta que fue consciente de que el mundo no se acababa en nadie, sólo pasaron siete días.

Realmente a mi me sorprende la personalidad optimista y realista de esta señora, que no se detuvo, y que se desarrolló como persona como no lo había hecho en toda su vida. A mi me sorprende que esa mujer, habiendo pasado tanto, parezca tan feliz y compuesta, mucho más que cualquiera de nosotros, más jóvenes y quizás con menos experiencias de este calibre. Realmente, admiro con profunda devoción a esta señora, y deseo que muchas mujeres, incluida yo misma, sigamos su ejemplo.

De un autobús de salón...
También durante ese mismo Lunes, pero ya por la noche, y cansada de ese largo día cogí varios autobuses para llegar a casa. En la calle no había nadie, y cerca del Parlamento de Andalucía tuve que bajarme del primer autobús para coger el segundo que, ya sí, me llevaría definitivamente a mi casa.

Este segundo autobús tardó bastante en llegar, tanto que dudé de si no habían cortado ya la línea.
Me acompañaban dos chicos en la parada y el gélido frío de las noches que avisan a los viandantes de que el Invierno está cerca y que deben estar metiditos en casa, entre mantas y con un café o un chocolate bien caliente viendo películas antiguas. Pero yo estaba en la calle, y con esos dos chicos pasé minutos que se hacían eternos por mi cansancio. Pero por fin llegó nuestro autobús y subimos a él. Como era de esperar, no había mucha gente, y todos pudimos encontrar sitio. Uno de los chicos que antes mencioné se sentó junto a mi y cuando el vehículo sólo llevaba cinco minutos en marcha, otro de los pasajeros le preguntó a mi compañero de asiento:

- Oye, chico ¿Tú de dónde eres?

¡Ah! Es verdad, no lo había dicho. Los dos chicos que llevo mencionando todo el rato eran inmigrantes, uno no tenía muy acentuado el color de su piel, pero mi compañero si, el cual o no entendió la pregunta o se sintió sorprendido por ésta, así que dijo:

- ¿Perdona?
- Qué dónde naciste, chico.

Intentó responder, pero la verdad es que ni el interlocutor ni yo le entendimos, pero si lo hizo un par de señoras que lo oyeron perfectamente:

-De Jamaica, dice que es de Jamaica, la tierra de Bob Marley.

Y justo a partir de ahí, el frío autobús casi vacío se transformó en una salita con una mesa imaginaria, un cómodo sofá y unos cuantos amigos improvisados que se preguntaban cosas entre sí, acerca de los orígenes de cada uno, del idioma y de la facilidad para aprender éste.

Mi compañero dijo que era, ciertamente, de Jamaica, pero que había vivido casi toda su vida en una zona de África que no recuerdo bien, que hablaba mejor francés y que del español sólo entendía las palabras más comunes. Se llamaba Stephan, a lo que yo apunté que era de origen francés, y él sonrió.

Las paradas se iban acercando a nosotros, no nosotros a ellas, porque evidentemente, estábamos en nuestro particular saloncito en el que un grupo de personas desconocidas estábamos hablando como si nos conociéramos de toda la vida.

Fueron bajando (o saliendo del salón), algunos de estos amigos, y todos los que nos marchábamos nos despedimos con un "Adiós, buenas noches", y "suerte".

De percepciones desde una bici y besos...
Hace dos meses mis padres me regalaron una bicicleta. Nunca había tenido una, aunque si sabía montar.
Es una bicicleta muy sencilla, muy bonita, de esas de paseo, color negro, con su cestita y sus luces. Debo confesar que es mi nueva obsesión y mi actual vía de escape. A veces es cómo volar en ella y otras, pierdo el control total y tengo que parar. Es un poco, cómo es la vida.

Pues bien, el Martes pasado recorrí algunos kilómetros de mi ciudad en ella, pero para ir cogiendo contacto, me fui a uno de los parques más grandes que hay en mi ciudad. Estaba repleto de niños pequeños con sus padres, de parejas, de grupos de amigos, de abuelitos paseando. El parque estaba lleno de vida, de risas y de gritos, y el Sol lo teñía todo con una bonita luz de Invierno. Estuve como una hora dando vueltas por el parque procurando no chocar con otras bicicletas o chicos que patinaban, hasta que paré a descansar y a merendar.

Después de ese descanso decidí ir lejos, y tomé una ruta muy bonita por la orilla del río en el que mis oídos se encontraron con un verdadero regalo.
Estaba a mitad de camino de acabar mi ruta cuando una hija en patines le dijo a su madre, que iba en bicicleta:

- ¡Ja! ¡He ganado! ¡Así que me debes un beso como premio!

Tuve que sonreír con fuerza, aminorar la marcha y girar la cabeza para ver como esa madre risueña recompensaba a su hija con el premio que habían pactado si una de ellas ganaba la carrera.
Me maravilló la idea de que en este mundo tan materialista y superficial aún hubiera gente tan fantástica que considerase como mejor premio de todos un beso de alguien que quería. Y es que realmente, no hay mejor premio que un abrazo, un beso o un "te quiero" de esa persona que tanto quieres.

Continué animada mi camino, atravesé un puente a pie para volver, y con el Sol a mi espalda llegué a casa, orgullosa de mí misma por haber recorrido un camino tan largo en bici y orgullosa un poco más de la humanidad. De esa humanidad que aún queda en las personas.

De hermanos y padres...
No se si lo saben todos mis lectores, pero tengo un hermano seis años menor que yo, que está entrando en la adolescencia y que por tanto, tiene las hormonas revolucionadas, cree que el mundo es una mierda y que no vale para nada. Mi hermano tiene 13 años y se cree igual de sabio que todos nos hemos creído a los 13 años. Y esa sabiduría es la misma que puede tener una piedra sobre el conocimiento del vuelo de un pájaro.

La tarde del Miércoles no paso nada grave, simplemente que mi hermano y unos amigos salieron a rodar una película de zombies para la clase de plástica en el Instituto. (Lo de los zombies era elección suya, pero yo me siento muy orgullosa de que hayan elegido esa temática. Tenía que decirlo.) Pero no pudieron rodar más que una escena porque una pandilla empezó a molestarlos y le lanzaron piedras, una de las cuáles alcanzó al ojo de uno de los amigos de mi hermano. Algunos compañeros del grupo, entre ellos, mi hermano, acompañaron al chico malherido a su casa y estuvieron un rato con él intentando tranquilizarle y curarle la herida. Pero les dieron las nueve de la noche, y no habían avisado de nada.

Hasta aquí la historia no tiene más problema que el de la pedrada en el ojo y de que no avisaron de que iban a llegar un poco más tarde. Pero la cosa se complica cuando al llegar mi hermano, tras contarnos lo que había pasado, le confiesa a mi madre que no tendría que haber dicho nada, que ya no iba a confiar más en ella si se enfadaba tanto. Mi hermano no entendía que el enfado de mi madre era simple y pura preocupación exagerada (o no, no lo se) de madre.

Lo dicho, que con 13 años, todos nos creemos muy listos. Para muestra un botón.

Mi hermano enfadado y llorando me pidió que hablase con él un rato, que me necesitaba.
Me sentí aturdida. Mi hermano nunca me había pedido ayuda, siempre estaba metiéndose conmigo y poniéndome en evidencia delante de mis padres, pero ahora... necesitaba mi ayuda.
No sabía ni qué hacer ni qué decir, así que bueno, entre en su cuarto y me senté en el borde a los pies de la cama, mientras el se sentó en la punta contrario. Así, un poco alejados el uno del otro por lo extraño de la situación empezamos a hablar. Le di pistas de cómo iba a ser su estado anímico en los próximos años, que todo el mundo se sentía así, que por mucho que no le gustase, iba a pelearse con mamá y papá, y que además, iba a ser incluso menos de lo que yo había peleado, por ser el pequeño, y tener el camino ya más abierto de lo que yo lo tuve en su momento. No me entendía, y no me entenderá hasta que no pasen unos años, pero le recomendé que durmiera, que ahora no podía pensar con claridad, y aunque me costó, se metió en la cama, se desahogó un poco contándome cosas y se quedó dormido. Pero eso sí, no dejó que yo me fuera de su habitación hasta que no se quedase dormido. Decía que conmigo se sentía mejor, que estaba más tranquilo.

Cuando se quedó dormido, apagué la luz y me marché.
Realmente había sido una situación extraña, pero me imagino que este tipo de conversaciones a partir de ahora serán más frecuentes, y espero que lo sean, porque realmente son mas naturales que las que teníamos con anterioridad.

Es extraña. La vida. Los humanos. Las relaciones. Las cosas que pasan.

De un café en el centro, y del final de esta larga entrada...
El Jueves fue un día tranquilo. Pasé la mañana estudiando Historia de la Psicología y por la tarde cogí la bici y me fui al centro. Allí me encontré con Él y con uno de sus familiares, un primo suyo que ya es más amigo que "primo de".

Era agobiante la cantidad de gente que se concentró en el centro de la ciudad ese día, así que tras dejar la bici fuimos a pedir un café para llevar (¡está riquísimo con un toque de menta y chocolate!) y a sentarnos en un banco cercano a una fuente a hablar sobre muchas cosas y sobre ninguna, interesantes pero que a veces escapan de mi total conocimiento.

Fue una tarde agradable, tranquila, rodeada de gente, sintiéndome parte de un todo, perdida en un mar de historias, de vivencias, de recuerdos... de humanos. Y me sentí encantada por todos y cada uno de ellos, por sus vidas, pos sus alegrías y por sus desdichas, por su experiencias y formas de ser tan distintas.

Paseando con la bici de vuelta a casa, con la carretera vacía me di cuenta de que no soy tan misántropa ni solitaria como pensaba, que realmente me encanta estar rodeada de gente y aprender de todo lo que me puedan enseñar. Me encantan y me disgustan, pero sea como sea, son parte de mi obsesión intentar conocerlos y entenderlos.




#31 La relatividad del tiempo y el amor

Hay muchas entradas que he escrito en este blog que todos sabéis a qué persona especial va dirigida.
De la persona que más hablo en el blog es de Él, porque si bien conmigo han estado y siguen estando personas muy importantes que me conocen desde hace muchos años, Él, a pesar de que sólo ha estado conmigo algo más de un año, es una persona muy importante... y me ha enseñado cosas muy valiosas que nadie más podría enseñarme.

Pero creo que aún no sabéis por qué es tan importante... así que voy a pediros, a ti y a ti, lectores que no me conocen de nada y a los cuáles yo no conozco que respires hondo, te sientes tranquilo y leas lo que viene a continuación. Voy a intentar hacerte viajar por mis recuerdos, en especial unos que acaban de cumplir una semana de vida en mi mente y en mi sonrisa. Así que... mantén el corazón en calma y los ojos limpiros, haz tu equipaje para un par de días, no más, y entra en un pequeño coche blanco.

Empieza a atardecer en la ciudad origen, y atravesando puentes que te alejan del bullicio y la contaminación vas vislumbrando un cielo que empieza a jugar con tus sentidos como un niño hace con una paleta de acuarelas. Asombras, como yo lo estaba, cogerás tu cámara fotográfica, y sin hacer mucho ruido, para no distraer al pequeño niño pintar sonreirás al cielo, y como yo, cerrarás los ojos, sentirás el movimiento casi imperceptible de la velocidad y te sentirás amado o amada por el Universo.

En el recuerdo que pretendo mostraros, mi Universo se encontraba a treinta centímetros y veintiséis milímetros, y pude susurrarle al oído cuanto le amaba y cuán feliz me sentía al irnos lejos de todo y de todos.

Justo cuando la noche nos devoró en su negritud, Él y yo llegamos a un pueblo fantasma, en el que se sucedieron miradas, sonrisas, paseos, bromas, caricias, y...(me encantan los "y...").
Y abrazados en un sofá, abrigados por las mantas y los abrazos ambos compartíamos a través de una pequeña pantalla risas (y yo también lágrimas, de felicidad).

Pero la noche acabó diciéndonos que ella necesitaba algo de cariño y de calor, que la Luna se enfriaba y nos necesitaba a nosotros para hacerla un poco más cálida en esa fría noche de un Otoño en Diciembre, y nosotros, obedientes, quemamos el frío.

Pasa una cosa curiosa cuando dos personas consiguen quemar el frío y es que el tiempo se hace muy relativo. Así la mañana, con su sencillo desayuno y el caminar entre las hojas la mañana se acurrucó en el cajón de las especias para dar paso a una tarde maravillosa, donde un lecho fue creciendo de tamaño y nosotros nos hacíamos cada vez más pequeños, más diminutos el uno con el otro, más unido tu tú con mi yo...

Y el pequeño travieso de las acuarelas quiso regalarnos una de sus últimas creaciones para dar lugar a grandes conversaciones en la oscuridad, hablando de cosas que ni entendíamos pero que nos hacían sentir la grandeza de lo que nos rodeaba y la cercanía del otro.

Realmente, lo que pretendo enseñaros con este recuerdo de felicidad es que realmente, el tiempo es muy relativo: puedes haber pasado sólo un par de días con una persona, que los días posteriores sin ella se te harán interminables. Puede parecer en ese caso, que el tiempo que estuviste con esa persona no existía el tiempo ni el espacio, que sólo estábais los dos.
Lo que pretendo deciros, es que si eso os pasa, habréis encontrado a vuestro compañero o compañera.

Si habéis experimentado esa sensación no dudéis en recordarle a esa persona lo importante que es para vosotros.

Así pues... Él... 
Chema... muchas gracias por ser mi compañero, contigo el camino se hace más fácil y merece la pena continuarlo, viviendo y creando historias y recuerdos. 
Te Quiero.