miércoles, 17 de octubre de 2012

#72 Ghost at Sea

Me paso día tras día diciéndome a mi misma "tengo que escribir sobre esto", y al final, pasa el momento idóneo, la emoción perfecta, la habilidad para plasmarlo en palabras y nada se escribe.

Hoy ha sido uno de esos días en los que felizmente me habría quedado hecha un ovillo, entre las sábanas, en una habitación vacía dentro de una casa solitaria. En silencio, dormitando, soñando, despertando, ignorando el paso del tiempo y confundiendo los sueños y las pesadillas con la realidad. Hoy me habría quedado en mi cama, abrazada a mi misma, sin ganas de hablar con nadie, simplemente mirando hacia la ventana, y viendo los cambios de luz del día. Sin embargo, no he tenido la oportunidad de encontrarme así y he tenido que despertar con el agua fría del lavabo para lanzarme a una ciudad que se cree avanzada dentro de su vieja tradición. 

Cuando suelo despertarme así, nada suele ir bien, y todo lo que pasa ayuda a aumentar el estado de ánimo inicial, haciéndome enfadar, llorar, queriendo gritar pero sin saber por qué.

En estos momentos de debilidad me traslado al pasado con una facilidad pasmosa. Basta cualquier pequeñez para destapar ese lugar de mi mente que me he empeñado tanto tiempo en cerrar. Y todo el miedo comienza a invadirme de nuevo, como si nada hubiera cambiado. Y entonces... me pierdo.

Divago, como un fantasma, como si nada de este mundo consiguiera hacerme despertar y de repente... siento como si alguien tirase de mí fuertemente. Yo me niego. Escucho risas a lo lejos, de forma distante, como dentro de una botella, como si alguien estuviese encerrado en una botella de cristal y me hablase desde dentro ¿Y si la que está dentro de una botella de cristal soy yo? Entonces abro los ojos, y esa sensación aumenta, alguien tira de mi fuertemente, escucho risas cada vez más fuertes, y palabras bonitas. De repente empiezo a respirar de forma acelerada ¿dónde estaba? Mis pulmones toman aire como si se hubieran olvidado de hacerlo ¿Me estaba ahogando? Alguien me acaricia, me besa, por todas partes, me dice cosas bonitas. De repente lo miro, y se que es Él. Siempre es Él, el que está ahí, me salva, impide que me hunda, y me alza para que deje las nubes atrás y pueda ver el Sol.



Al despertar recobro la conciencia y recuerdo todas esas cosas buenas (y obvio las malas). Empiezo a recordar como he conseguido quitarme una espina que sólo me hacía daño y no curaba, que sólo hacía sangrar. Por fin he podido arrancarla, sin dolor, sin pena, sin alegría, sin... nada. Y me sorprende lo rápido que ha cicatrizado una herida tan vieja. Había olvidado lo que era respirar sin que te doliese uno de tus pulmones.

Y comienzo a recordar el reencuentro con un amigo que me abandonó, que nos abandonó durante tres meses, y la fiesta del reencuentro, y las risas. Comienzo a recordar que debo estar ahí para aquellos que me necesitan ahora, para aves heridas que amaron con demasiada fuerza y que debo estar con ellos para recordarles que ahora podrán volar más lejos aún. Recuerdo un encuentro con sabor a Italia y a salmorejo, que suena a risas y huele a azahar.

Puedo respirar, gracias a ti, y recuerdo, con un aire limpio y fresco, todo lo bueno que trae la mar, la sal... de tus labios bañándose en los míos.