martes, 27 de noviembre de 2012

#73 El Hombre Sin Nombre

Voy a contaros algo que me pasó ayer. Es algo que a mi me ha marcado de una forma especial, y al mismo tiempo fugaz. Cada vez que lo recuerdo sonrío, y me siento bien.

Desde el comienzo del día, se notaba en el ambiente que ese día no era como los demás. Y ciertamente no lo ha sido. No ha pasado nada en especial, o quizás si, pero el caso es que sentía que ese día no era cómo los demás. Sentí, desde el mismo instante en el que posé mis pies sobre el suelo helado de mi habitación para salir de mi cama, que podía tocar una parte del Universo con la punta de los dedos.

La mañana transcurrió con tranquilidad, excepto por los nervios típicos de un día en el que hay un examen, y todo el mundo anda alterado de un lado para otro, hablando y moviéndose demasiado. Raro en mi, no estaba nada nerviosa, y no paraba de reírme de los comportamientos a veces extraños del resto de mis compañeros. Vi a dos buenos compañeros y entre risas recordábamos algunos sucesos del fin de semana mientras saludábamos a un profesor tras el ojo de buey de un aula. Tras hacer el examen, un grupo de compañeras y yo salimos al patio a comer nuestros bocadillos y hablar mientras una lluvia tan extraña como ese día no se decía a nada en concreto pero resultaba molesta en un día frío y gris. Juntas, nos encaminamos a las clases de Inglés, y tras diálogos en un perfecto spanglish, recibimos la amarga noticia de que el abuelo de otra compañera cercana había muerto. Caminando a veces en silencio, otras veces con comentarios vacíos, llegó la hora de despedirse. Y me quedé sola. Aunque por poco tiempo...

Con la mente totalmente en blanco, no recaí en que el autobús que esperaba sentada en una parada había tardado más de la cuenta, hasta que un señor exclamó un teatral "¡por fin!". Al subir, aunque había mucha gente de pie, hablando y riendo, encontré dos asientos libres y de forma distraída fui a sentarme en el más alejado, sin reparar quien era mi acompañante de asiento. Absorta en el movimiento del vehículo, hipnotizada por el ruído de la ciudad y las conversaciones de las personas que estaban junto a mi, no desperté de mi ensoñación hasta que distinguí un movimiento rápido en mi acompañante. Yo pegué un salto dejándole pasar, pero él se disculpó corriendo en que sólo había recordado que en el bolsillo de su abrigo tenía un corta-uñas. Y lo sacó. Y se puso a arreglárselas. Fue entonces cuando reparé en él. Parecía un hombre bastante mayor, tenía la piel morena y el pelo corto, un poco canoso, su ropa aspecto parecía descuidado pero al mismo tiempo aseado. No le presté más atención y seguí a lo mío, hasta que me preguntó por una calle de la ciudad. Yo me disculpé diciéndole que aún siendo de Sevilla, conocía el nombre de pocas calles. Y ahí comenzó todo. Empezando a hablar de dónde solemos ir los jóvenes de fiesta ahora y a dónde él iba antes, pasamos a hablar de la edad, de lo que había cambiado todo. Me retó a que adivinara su edad, y aunque le insistí que era malísima en eso, y no quería pecar de maleducada, acabé accediendo a su petición. Resultó que le acababa de echar diez años más a un hombre que sólo tenía 46 años. Para mi sorpresa, él adivinó mi edad a la perfección. Intentando disculparme por mi osadía, quise preguntarle a dónde iba, por si, aunque no conociese la calle exactamente, podía guiarle un poco. Iba al médico, estaba en Sevilla de paso, visitando a su familia. Me contó que solía viajar mucho, que no se quedaba mucho tiempo en un mismo sitio, que le encantaba dormir en la calle, bajo un árbol, mirando las estrellas. Le pregunté que por dónde solía viajar, y él me respondió que siempre solía estar por alguna isla española, italiana o griega, donde hacía más calor y la gente era más amable que en las grandes ciudades. Claro está, me asaltó la duda de a qué se dedicaba, y en lugar de una respuesta, me sonrío y me señaló su cuello, para que me fijase en un bonito collar de cuentas y dientes que llevaba, y sus muñecas, adornadas con pulseras de colores. Era artesano. Me dijo que iba a estar con su puestecito cerca de algunas facultades mientras estuviese aquí. Yo me sorprendí al situar la mía en esas que él decía, y le dije que estaba estudiando Psicología. Él se alegró mucho, y dijo que yo sabía en teoría lo que él había vivido en la práctico, y yo no pude estar más de a cuerdo. Me dijo que le iba bien, que era un hombre con suerte, que hacía lo que él quería sin darle explicaciones a nadie. Una parte dentro de mí saltó de alegría, se asomó a ese hombre (que siempre traté de usted) y quiso compartir todo lo que él había vivido, quiso hacer exactamente con la vida lo que él estaba haciendo: vivir de forma libre. Hablamos sobre la sociedad, sobre cómo la mayoría de las personas valoran objetos materiales por encima de todas cosas, sobre cómo el gobierno intentan mantenernos controlados en todo momento, y sobre cómo, al parecer, a nosotros nos da igual. Hablamos sobre las fronteras que los propios hombres han creado, sobre el absurdo de la palabra "inmigrante", sobre cómo todos somos de una misma raza, la humana. Le admiré mucho más cuando me dijo "yo todo lo que necesito lo tengo dentro de mí, no me hace falta nada más". Y entonces lo vi. Tras su piel morena y sus ropas de algodón y lana, vi que era un hombre muy atractivo, que de joven pudo ser muy guapo, vi a un hombre que aunque no sabía pronunciar correctamente algunas palabras, tenía ideas y convicciones propias. Vi a un ser humano completo, consciente de sí mismo y del mundo en el que vive, y en ese momento, una parte de mí, se quedó con él.

Antes de llegar al fin de nuestro viaje, e intenté arreglar el estropicio, halagándole mientras afirmaba que quizás le haya considerado mayor, por que las experiencias que vivió se han reflejado en su piel. Él sonrío, se acercó un poco a mi diciéndome que debía decirme un secreto antes de que nos despidiésemos, y yo emocionada me acerqué también un poco más a él. Me dijo, que aunque sabía perfectamente la edad que tenía, desde el primer momento le parecía mucho mayor. Yo también le sonreí. Y justo en ese momento, llegamos al final de nuestro camino juntos. Nos despedimos deseándonos suerte el uno al otro, y salté a la calle, para empezar a correr tras el siguiente autobús, tras mi siguiente camino a recorrer, en un mar de gente con las mejillas heladas y mojadas por la lluvia.

La gente siempre me mira de forma extraña cuando digo que me encanta viajar en autobús, pero yo creo que es porque no están acostumbrados a fijarse en la persona que tienen al lado. Quizás mi nuevo amigo tenga razón, y la gente de demasiada importancia a cosas que no la tienen, y se mira demasiado a sí misma. Gracias a estos estratos de mi mundo, me encuentro con personas, con tesoros como mi nuevo amigo, y puedo conocer historias sobre vidas de gente maravillosa. A veces, estos viajes, me enseñan más que cualquier otra cosa...

Estés donde estés, mi querido amigo, El Hombre Sin Nombre, El Hombre Libre... suerte.




"Cause I'll tell you everything about living free, 
Yes I can see you girl, can you see me?"