Las fotos de mis antepasados, los cómics y libros de cuando mi padre era pequeño, los juguetes de mis familiares, los muebles de mis abuelos, los frasquitos de perfume de mis abuelas y sus joyas, la ropa de mi madre, los discos de vinilo de la adolescencia de mis padres, los electrodomésticos destartalados pero que seguían funcionando, o las máquinas de escribir de mis tíos y las máquinas de coser de mis tías. Siempre he sentido una fascinación desmesurada por todo lo que correspondía a una época que yo no he vivido, y siempre he mirado con los ojos de un pirata que descubre un tesoro cada objeto perdido en el tiempo.
No sé la razón de esta fascinación, ni mi obsesión por guardar recuerdos. Desde que aprendí a escribir en el colegio siempre he acostumbrado a escribir en diarios y cuadernos, que aún hoy conservo, junto con agendas llenas de dibujos y anotaciones diversas que a veces me cuesta recordar a qué se referían en su momento. Tengo cajas enormes llenas de cualquier recuerdo, de cualquier objeto, trozo de papel, flor seca o fotografía de muchos de los momentos importantes de mi vida, y mi intención es seguir acumulando recuerdos de tantas cosas que en un momento u otro han significado algo importante para mí o ha marcado un acontecimiento señalado en mi vida. El cine clásico, en blanco y negro, incluso el mudo, me parece fascinante. Acostumbro a llevar siempre un cuaderno conmigo y escribir cualquier pensamiento en él. Sobretodo cuando viajo me es muy importante escribir. A la hora de dibujar, no se manejarme de otra forma si no es con lápices de colores. No tengo ni la menor idea de cómo se usa Photoshop (aunque me gustaría aprender), ni una tableta gráfica. Para mi sentir el contacto físico con lo que te gusta hacer es muy importante.
Siempre he mirado con desconfianza cualquier aparato demasiado novedoso, considerándolo frío y lejano. Sin embargo, no concibo mi día a día sin un teléfono móvil, un portátil, un reproductor de música, y muy recientemente, un e-book. Debo avanzar con mi tiempo, y adaptarme a lo que la sociedad me exige, sino me convertiría en un objeto del pasado y sólo resultaría útil a aquellos nostálgicos como yo que siempre suspiramos al mirar más atrás de lo que nuestra mente podría permitirnos. Lo del e-book ha sido un paso importante. Me he pasado más de un año debatiendo conmigo misma sobre los pros y los contras de leer en un soporte electrónico, y aunque me mantenga firmemente en mi opinión de que un libro de papel ha sido, es y será siempre la mejor opción, mi economía no me permite gastar el dinero en todos los libros que me gustaría leer. Llevo años haciendo uso de las bibliotecas públicas, y he comprado libros a precios increíblemente bajos, pero aún así, a la larga es un desembolso considerable. Luego está el hecho de que muchos de los libros que suelo leer son demasiado pesados para llevarlos todo el día en el bolso o leerlos en el autobús, como suelo hacer. Así que sintiéndolo mucho, mi parte nostálgica ha tenido que resignarse y caer en el mundo del e-reader, siendo muy consciente y prometiéndome a mí misma, que siempre que se produzca un flechazo con un libro, deberá tener un lugar en mi estantería.
Y hace poco caí en la cuenta, mientras tuve que dirigir con unas compañeras un grupo focal, o hacía algunas entrevistas, que me sería muy útil una grabadora. Se que en la actualidad venden unas muy modernas que permite procesar las grabaciones en el ordenador, pero cómo os imaginaréis, yo no estaba pensando en nada parecido. Se me ocurrió la idea de conseguir una grabadora de voz analógica, de esas de cassettes como salen en las películas de detectives. Le comenté la idea a mis compañeras más cercanas y a todas les pareció una idea genial mientras sonreían divertidas. Mi profesora de investigación me dijo divertida que era una purista. La idea surgió hace un par de meses, y el hecho de estar viendo Twin Peaks sólo ayudaba a afianzar mi idea de tener una grabadora a la que hablarle. Me sería útil cómo psicóloga y también cómo persona curiosa que soy. Y hoy, mientras buscaba un CD virgen en uno de los cajones del escritorio de la salita, vislumbré entre montones de papeles, en el fondo de uno de esos cajones que casi nunca se abren, una funda de piel negra con el logotipo de Sanyo. Cuando la cogí no podía creerlo ¡era una grabadora de voz! ¡Antigüa! ¡En perfecto estado! Me repito en que sólo un pirata que acaba de encontrar un tesoro podría entender la emoción que sentí cuando la vi. En seguida me puse a trastear con ella, y a comprobar que sólo necesitaba un par de pilas nuevas y un mini-cassette en el que grabar.
Ya veía, y escuchaba en analógico...
Ahora, podré preservar vuestras palabras, el sonido del mar, el cantar de los pájaros, el murmurar de un río en una cinta y guardarla en una de mis grandes cajas de recuerdos.
¡Tesoro encontrado!
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