jueves, 5 de abril de 2012

#48 Coge mi mano, lápiz y papel

Cuando voy a hablar sobre ti, no se como hacerlo. No se qué decir, ni por dónde empezar y no se qué acabaré diciendo al final. Se me vienen tantos recuerdos, sensaciones, pensamientos a la cabeza que todos se pelean por salir a la vez y... acabo exhausta.

De este año, me quedo con dos días contigo, y una semana sin ti. La primera semana en nuestra relación de amistad en la que nos hemos peleado. Y no ha sido ni una buena pelea. La verdad es que fue muy infantil, pero todo acabó bien, como tenía que ser.

Me acuerdo de la primer día, o más bien de la primera noche. Hacía bastante frío, y unos días atrás había sido mi cumpleaños. Quedamos en que yo te recogería en tu casa, pero cuando llegué tú ya estabas abajo, dando vueltas en torno a ti mismo. Yo me puse detrás tuya, para que una de esas vueltas me vieras aparecer como por arte de magia, y así fue. Tú llevabas tu guitarra, Alma, en su funda azul, y a mi me sorprendió. No pensé que fueras a tocarla ese día.

Paseamos durante largo rato, y me volvió a sorprender lo sencillo que era volver a hablar contigo. Lo echaba de menos, y todo parecía ser bastante fácil. Ya cansados de andar y muertos de frío no sentamos en el césped, entre un camino y un lago, donde no había ni mucha luz ni mucha gente. Hablamos otro poco, sobre nosotros, y poco a poco yo me iba acomodando dentro de ti, y tú te ibas acomodando dentro de mí. Me interrumpiste, o el silencio nos interrumpió, ya no lo recuerdo. El caso es, que comenzaste a buscar dentro de la funda de tu guitarra mi regalo de cumpleaños. Me entregaste un sobre blanco, con mi nombre escrito en letras enormes, ocupando toda la cara delantera del paquetito, y lo abrí. Había una carta, con dibujitos y muchas letras, y... El Globo Azul. No un globo cualquiera, que va, era El Globo Azul.

Hacía años, salí del instituto con un globo azul lleno, de una pequeña fiesta que le hicimos a una compañera. Ese día viniste a recogerme a la salida, y me pediste que te lo dejara ver, y nada mas tocar tus manos el globo... se explotó. Realmente, te parecerá una tontería, o que estaba haciendo teatro, pero me dio bastante pena, y te pedí (con teatralidad, ahora si), que me comprases otro globo azul. Desde ese día, casi siempre que te volvía a ver, te lo recordaba, y tú lamentándote me prometías que a la próxima me traerías uno.

Así que por fin, tenía mi globo, pero este cobró un poder especial, como tú me contabas en la carta que yo misma te hice leer. En los momentos más difíciles, todas mis penas y preocupaciones se irían con ese globo si yo lo inchaba de aire con mis pulmones y lo dejaba libre, ascender... Así, mis preocupaciones se irían con él.

Me reí, te di las gracias, y aunque tú no lo viste, se me escaparon un par de lágrimas de alegría. Tenía ganas de abrazarte, pero sabía que eso era demasiado, así que, te confesé, que aunque precioso, mi verdadero regalo llegaría con tu abrazo, un día en el que tú te sintieras capaz de dármelo. No dijiste nada, simplemente sonreíste y agachaste la cabeza. Yo insistí hasta que tu sonrisa no pudo disimularse más.

Me mantuve en silencio, escuchándote embobada como me contabas una historia preciosa sobre la Luna, y cómo tocabas algunas canciones para mí, mientras yo te admiraba y sonreía a la vez que me sentía un poco triste cada vez más. Yo aplaudí cada vez que acababas de tocar una canción, excepto en dos. Una porque me dolió, y sentí que mientras la cantabas, delante de mí, la habías cantado muchas veces solo, en tu habitación, quizás odiándome, quizás lamentándote. Me dolió tanto escuchar esa canción que no aplaudía. "Esta canción me recuerda mucho a ti", dijiste. No hacía falta aclaración. Aunque hubiera estado escrita en swahili habría sentido toda la fuerza y el mensaje de la canción. En la siguiente canción no aplaudí, porque simplemente... me puse a llorar nada más escuché los primeros acordes. Me encogí sobre mí misma, y paraste de tocar, me abrazaste y lloré aún más, lloré mucho más. Lloré todo lo que no había llorado en todo ese tiempo, o al menos, así quise hacerlo, porque intentaba contenerme, no preocuparte, no hacerte sentir mal. Hablamos un poco así, abrazados y con mi cara humedecida. Hasta que intenté coger fuerzas del calor que me diste y por fin, empezamos a cantar... "Love of mine some day you will die...".

De nuevo el silencio nos abrazó, y nosotros entre sí, y así nos quedamos, hablando del daño que nos habíamos hecho, de los buenos recuerdos y de los malos, de deseos de que todo mejorase, de cicatrices, de límites, de la cruda realidad, y de "que habría pasado si...".

Nos tumbamos boca arriba en el césped, con las manos entrelazadas, y otra vez viendo un cielo distinto al que vimos hace años. Las estrellas seguían ahí, aunque no eran las mismas, aunque en realidad, ni siquiera estaban.

Entre el frío, y las lágrimas, me entró un hambre voraz y fuimos a por una pizza. Los dos nos reímos, teníamos tanta hambre que nos lanzamos a por unos trazos y nos quemamos la lengua. Entre risas, y viendo como el guarda cerraba el parque nos hicimos los tontos, y esperamos, para entrar entre unos barrotes más separados entre sí de lo normal. Corrimos, a escondernos entre unos arbustos cuando nos dimos cuenta que el coche del guarda estaba dando vueltas dentro del parque. Hacía mucho tiempo que no hacía nada así. Y me encantó. Cuando todo pasó, decidimos pasear otro poco, hasta que me di cuenta que el reloj y mis huesos helados querían que regresara a casa. Nos despedimos y yo me fui a casa, con el deseo de que todo volviera a su cauce poco a poco.

(...)


Pasó el tiempo, pero algo raro nos pasaba. Tanto tú como yo nos sentíamos raros, como en un sitio que no es nuestro, como vestidos con una indumentaria ridícula e incómoda.
Tuvimos una pelea estúpida, tan estúpida que yo aún no la entiendo, y en lugar de pasarme la semana pensando en lo que siempre pensaba cuando me venías a la mente, sólo pensaba en lo tonto que eras.
Pero un día, volvimos a hablar y lo arreglamos. Tampoco fue una catástrofe, así que no fue difícil.
Me dijiste que estabas extrañamente feliz, y lo cierto es que yo también.

Quizás lo que necesitábamos era recordar que éramos y somos amigos. Y que mejor que con una riña tonta.

(...)

Volvió a pasar el tiempo. Intentamos quedar varias veces, pero siempre estaba ocupada cuando tú no lo estabas y viceversa. Era odiosa. La situación, digo.
Pero por fin, volvimos a coincidir. Esta vez yo también me llevé mi guitarra, Grace. Pero esta vez no estabas esperándome ¡y me acordé de tu portal! Después de tantos años, ya me tocaba...
Dimos un paseo, hablamos, tocamos la guitarra, tú no te desesperante conmigo enseñándome algunos acordes, y yo tampoco me desesperé ¡sorpresa!. Se iba haciendo de noche, cuando entre silencios, risas y anécodtas nos quedamos allí, en un lado de la colina, resguardados del viento, intentando encontrar formas reconocibles en las nubes. El cielo pasó del celeste, al rosa, naranja, rojo y azul oscuro. No me quería ir, pero me esperaban en casa.

El día de ayer fue importante, porque cuando quedo contigo siempre lo es, pero sobretodo porque volví a reírme contigo como antes, y a sentirme bien, cada vez menos culpable.

Ahora empieza nuestra historia (y no sólo de forma metafórica, tú me entiendes :D) ¡Suerte Pésima y Pequeña Soñadora vuelven a ser un equipo! (O lo intentan...)

3 comentarios:

  1. Madre mía, con un apodo como ese cómo puede este muchacho ser optimista??? es que no es posible! :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajaja, lo eligió él mismo. A mi tampoco me gusta, pero lo eligió él... ;)

      Eliminar