Tu propia caligrafía revela mucho del estado de ánimo en el que escribes en un momento dado, así como el lugar y la superficie en la que te apoyas para escribir. No es lo mismo escribir sobre tus rodillas sentada en un banco, o sobre la mesita plegable de un avión, que sobre el césped, sobre un escritorio firme o en la cama (sea en la postura que sea). Lo de escribir a mano lo hago desde hace muchos, muchísimos años. De pequeña escribía diarios que aún tengo guardados, incluso llegué a compartir un diario con tres amigas en el colegio, que nos íbamos pasando cada pocos días. Luego continué escribiendo en cuadernos, alternando éstos con blogs en Internet, y aunque hacía mucho que no escribía a mano, es algo con lo que me he vuelto a reencontrar este Verano con el viaje a Londres. En un pequeño cuadernito, las noches que no llegaba muy cansada de tanto andar me ponía a escribir en la habitación todo aquello que nos había pasado durante el día. Me sienta muy bien escribir, me quedo tranquila, como si mis recuerdos estuviesen guardados bajo llave y nadie pudiera robármelos.
Creo que es un miedo que siempre he tenido. Perder mis recuerdos. Creo que es una de las cosas que más me aterran en este mundo. Eso y quedarme completamente sola. Bueno, y la oscuridad. Pero esos son otros temas.
Londres ha sido una de esas experiencias que no me gustaría olvidar jamás. Ni siquiera me gustaría olvidarme del dolor de pies que sentía cada noche al volver a la habitación. Es una ciudad para vivirla, para admirarla, de la que te enamoras.
Lo que más me ha gustado de allí ha sido lo bien que me sentía entre todo el mundo, como una más. Todo el mundo trataba bien a todo el mundo, no gritaba ni se metía en los asuntos de nadie, no se te quedaban mirando fijamente. El bullicio del metro, la tranquilidad de sus parques, la inocencia de los niños, la majestuosidad de la importancia que aún siguen dando a la realeza y esos días siempre grises con algunos rayos de Sol perdidos. El color verde de cada rincón. El sonido perfecto de las campanadas del Big Ben.
Cada experiencia de tal envergadura siempre me cambia un poco por dentro, y este viaje ha sido un deseo continuo de continuar sintiendo lo que sentía entre las calles de Londres.
No me importaría perderme por allí alguna que otra vez, o incluso, vivir...
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