sábado, 10 de diciembre de 2011

#32 I'm haunted by humans

El día se ha despertado gris, el Sol ha decidido darme una tregua de esta semana y no quiere ni que me preocupe por si sus rayos puedan calentar demasiado mi piel. Pero claro, hace frío... mucho frío... y mi imagen en pijama, metida en una bata calentita, con calcetines y zapatillas y frente al portátil escribiendo por la mañana temprano también es acorde a esta estampa gris.

Ha sido una semana intensa, una semana en la que la ventana tras la cuál me gusta observar a esos extraños humanos se rompió y me dejó inmune a una gran cantidad de emociones y sensaciones que difícilmente lograré plasmar en palabras en este frío formato digital.

Pero si aún así quieres intentar entender lo que he vivido esta semana, aquí tienes, historias reales, sencillas y cercanas, muestras de la vida...

De jefes y lágrimas hechas hijos...
El comienzo de esta semana extraña de fiestas intermitentes fue curioso. Una compañera de clase tuvimos que ir a una sucursal bancaria (cuyo nombre no diré) para hacer un trabajo en el contexto de las clases de Psicología de las Organizaciones, y tras ponernos en contacto con la directora de dicha sucursal (una chica gaditana, muy guapa y muy simpática, que ha pasado más tiempo de su vida en Londres que en España y a la que nunca se le cae la sonrisa en unos labios cuidadosamente encarmintados) acudimos por la mañana del Lunes. Al entrar en la sucursal, que era pequeñita, pregunté a una chica que no hacía más que correr donde podíamos encontrar a su superior, pero ella sólo asentía, como si supiera todo lo que íbamos a decir. Tras esto, la directora salió de su despacho, nos cogió del brazo a mi compañera y a mi y haciendo una señal a la chica que sólo asentía nos llevaron a la calle y empezaron a hacer preguntas. ¡Esto era de locos! ¡Las que teníamos que hacer preguntas éramos nosotras!

Llegamos a un café y, así tal cual, como si nos conociéramos de toda la vida, nos invitaron a desayunar mientras nos contaban experiencias de su vida, criticaban sus puestos de trabajo, reían entre ellas y se hacían bromas. Y fumaban. Fumaban mucho.

Estas dos mujeres, de 33 y 37 años eran puro nervios hechos feminidad y energía. Sonrisas y palabras aceleradas que caminaban y saludaban a todos los que se cruzaban por la calle.

Tras esto, entramos en el despacho de una de ellas para hacerle una entrevista, y mientras describía a sus jefes como "fríos y sin escrúpulos", se sentía desalentada y triste con un trabajo que le exigía no tener pareja ni hijos, que la mantenía presa del capricho de personas que había perdido gran parte de su humanidad... pero siempre sonreía. Durante las dos horas que estuvimos con ella siempre nos trató con cariño y se mostró servicial.

Cuando acabamos de hablar con ella, nos sentamos frente a la otra chica, que encontraba más dificultades a la hora de rellenar una serie de cuestionarios que le habíamos pedido que completase. Agobiada, tras terminar de completarlos, nos contó con una voz débil y entre susurros ahogada en lágrimas que no podían salir en su lugar de trabajo lo mucho que echaba de menos a sus hijos, a los que si veía, ya estaban dormidos. Lo mucho que le apenaba estar perdiéndose experiencias importantes de sus hijos, de no ser una madre como otra cualquiera. Tras acabar se levantó y nos dio un fuerte abrazo, como queriéndose  venir con nosotras, como dejándose parte de su tristeza en nuestro pecho... y lo consiguió un poco.

Nos despedimos de ambas, pero al salir, mi compañera y yo hablábamos y callábamos a intervalos muy irregulares en los que se unían nuestras grandes ganas de intentar ayudar a personas como esas dos maravillosas mujeres que muy amablemente nos atendieron para que nosotras pudiéramos conseguir unos míseros puntos con un trabajo que no iba a reflejar verdaderamente todo lo que esas personas sentían y pensaban.

Mientras paseábamos por un parque de vuelta a casa, con las carpetas llenas de sus testimonios y tests cumplimentados en nuestros corazones y en nuestra mente se quedaban todas esas cosas que ni podemos ni debemos contar, pero que nos han ayudado a abrir los ojos un poquito más.

Aunque el lector no lo crea, una sucursal bancaria como a la que fuimos es un ejemplo cualquiera como podría serlo una frutería, un estanco, una floristería o una empresa automovilística. Aunque el lector no se de cuenta, de tras de esos nombres de empresas hay miles de personas que están obligadas a sonreír y a contener las lágrimas aunque no quieran. A todas esas personas, les abro mis brazos para que reciben desde mis simples letras todo el ánimo y el apoyo.

De cómo cambiarlo todo con 50 años...
Durante ese mismo Lunes, pero ya por la tarde, me tocó ir a trabajar, y no os lo he dicho, pero ahora tenemos uniformes. Unos uniformes horrorosos color amarillo chillón, pero que por lo menos son calentitos.
Claro que ese día no acudió mucha gente, hacía mucho frío y el día siguiente era fiesta así que bueno, entre corrillos de compañeros que ya nos conocíamos desde hacía tiempo y otros que veíamos por primera vez descubrí a una señora de 55 años que tras haber sido engañada por su marido seis años atrás, se había formado para ser Auxiliar de Enfermería, se había comprado un coche, había perdido peso y ahora se presentaba a las elecciones del sindicato de trabajadores para la empresa a la que trabajábamos. Pero eso no queda ahí, porque un año antes del actual le había diagnosticado cáncer de útero y la operaron de Urgencia. Y esa señora estaba ahí, frente a ti, orgullosa de sí misma, sonriendo pero con los ojos húmedos contándonos que tenían un amigo al que conoció en las repetidas veces que asistió y asiste al teatro y lo bien que se siente con él ahora.

Mi error ha sido quizás deciros de antemano la edad que tenía y tiene esta señora, pues si no os hubiese dicho nada referente a su edad ni al horrible y deshonesto episodio que protagonizó su marido marchándose con la encargada de un prostíbulo, quizás habríais pensado que esta historia podía tratarse de cualquier chica joven de no más de veinticinco años. Pero no, esta agradable mujer, que me abrazó cuando acabó nuestra jornada y me deseó lo mejor del mundo, afirmando cosas de mí que era imposible que supiera pero que acertó de lleno, ha pasado ya la mitad de su vida, y justo en el Ecuador vio como el amor de su vida, del que ella siempre ha afirmado que estaba perdidamente enamorada, la abandonó. Pero la tristeza no le duró mucho. Es una mujer realista y en el intervalo desde que se produjo el abandono hasta que fue consciente de que el mundo no se acababa en nadie, sólo pasaron siete días.

Realmente a mi me sorprende la personalidad optimista y realista de esta señora, que no se detuvo, y que se desarrolló como persona como no lo había hecho en toda su vida. A mi me sorprende que esa mujer, habiendo pasado tanto, parezca tan feliz y compuesta, mucho más que cualquiera de nosotros, más jóvenes y quizás con menos experiencias de este calibre. Realmente, admiro con profunda devoción a esta señora, y deseo que muchas mujeres, incluida yo misma, sigamos su ejemplo.

De un autobús de salón...
También durante ese mismo Lunes, pero ya por la noche, y cansada de ese largo día cogí varios autobuses para llegar a casa. En la calle no había nadie, y cerca del Parlamento de Andalucía tuve que bajarme del primer autobús para coger el segundo que, ya sí, me llevaría definitivamente a mi casa.

Este segundo autobús tardó bastante en llegar, tanto que dudé de si no habían cortado ya la línea.
Me acompañaban dos chicos en la parada y el gélido frío de las noches que avisan a los viandantes de que el Invierno está cerca y que deben estar metiditos en casa, entre mantas y con un café o un chocolate bien caliente viendo películas antiguas. Pero yo estaba en la calle, y con esos dos chicos pasé minutos que se hacían eternos por mi cansancio. Pero por fin llegó nuestro autobús y subimos a él. Como era de esperar, no había mucha gente, y todos pudimos encontrar sitio. Uno de los chicos que antes mencioné se sentó junto a mi y cuando el vehículo sólo llevaba cinco minutos en marcha, otro de los pasajeros le preguntó a mi compañero de asiento:

- Oye, chico ¿Tú de dónde eres?

¡Ah! Es verdad, no lo había dicho. Los dos chicos que llevo mencionando todo el rato eran inmigrantes, uno no tenía muy acentuado el color de su piel, pero mi compañero si, el cual o no entendió la pregunta o se sintió sorprendido por ésta, así que dijo:

- ¿Perdona?
- Qué dónde naciste, chico.

Intentó responder, pero la verdad es que ni el interlocutor ni yo le entendimos, pero si lo hizo un par de señoras que lo oyeron perfectamente:

-De Jamaica, dice que es de Jamaica, la tierra de Bob Marley.

Y justo a partir de ahí, el frío autobús casi vacío se transformó en una salita con una mesa imaginaria, un cómodo sofá y unos cuantos amigos improvisados que se preguntaban cosas entre sí, acerca de los orígenes de cada uno, del idioma y de la facilidad para aprender éste.

Mi compañero dijo que era, ciertamente, de Jamaica, pero que había vivido casi toda su vida en una zona de África que no recuerdo bien, que hablaba mejor francés y que del español sólo entendía las palabras más comunes. Se llamaba Stephan, a lo que yo apunté que era de origen francés, y él sonrió.

Las paradas se iban acercando a nosotros, no nosotros a ellas, porque evidentemente, estábamos en nuestro particular saloncito en el que un grupo de personas desconocidas estábamos hablando como si nos conociéramos de toda la vida.

Fueron bajando (o saliendo del salón), algunos de estos amigos, y todos los que nos marchábamos nos despedimos con un "Adiós, buenas noches", y "suerte".

De percepciones desde una bici y besos...
Hace dos meses mis padres me regalaron una bicicleta. Nunca había tenido una, aunque si sabía montar.
Es una bicicleta muy sencilla, muy bonita, de esas de paseo, color negro, con su cestita y sus luces. Debo confesar que es mi nueva obsesión y mi actual vía de escape. A veces es cómo volar en ella y otras, pierdo el control total y tengo que parar. Es un poco, cómo es la vida.

Pues bien, el Martes pasado recorrí algunos kilómetros de mi ciudad en ella, pero para ir cogiendo contacto, me fui a uno de los parques más grandes que hay en mi ciudad. Estaba repleto de niños pequeños con sus padres, de parejas, de grupos de amigos, de abuelitos paseando. El parque estaba lleno de vida, de risas y de gritos, y el Sol lo teñía todo con una bonita luz de Invierno. Estuve como una hora dando vueltas por el parque procurando no chocar con otras bicicletas o chicos que patinaban, hasta que paré a descansar y a merendar.

Después de ese descanso decidí ir lejos, y tomé una ruta muy bonita por la orilla del río en el que mis oídos se encontraron con un verdadero regalo.
Estaba a mitad de camino de acabar mi ruta cuando una hija en patines le dijo a su madre, que iba en bicicleta:

- ¡Ja! ¡He ganado! ¡Así que me debes un beso como premio!

Tuve que sonreír con fuerza, aminorar la marcha y girar la cabeza para ver como esa madre risueña recompensaba a su hija con el premio que habían pactado si una de ellas ganaba la carrera.
Me maravilló la idea de que en este mundo tan materialista y superficial aún hubiera gente tan fantástica que considerase como mejor premio de todos un beso de alguien que quería. Y es que realmente, no hay mejor premio que un abrazo, un beso o un "te quiero" de esa persona que tanto quieres.

Continué animada mi camino, atravesé un puente a pie para volver, y con el Sol a mi espalda llegué a casa, orgullosa de mí misma por haber recorrido un camino tan largo en bici y orgullosa un poco más de la humanidad. De esa humanidad que aún queda en las personas.

De hermanos y padres...
No se si lo saben todos mis lectores, pero tengo un hermano seis años menor que yo, que está entrando en la adolescencia y que por tanto, tiene las hormonas revolucionadas, cree que el mundo es una mierda y que no vale para nada. Mi hermano tiene 13 años y se cree igual de sabio que todos nos hemos creído a los 13 años. Y esa sabiduría es la misma que puede tener una piedra sobre el conocimiento del vuelo de un pájaro.

La tarde del Miércoles no paso nada grave, simplemente que mi hermano y unos amigos salieron a rodar una película de zombies para la clase de plástica en el Instituto. (Lo de los zombies era elección suya, pero yo me siento muy orgullosa de que hayan elegido esa temática. Tenía que decirlo.) Pero no pudieron rodar más que una escena porque una pandilla empezó a molestarlos y le lanzaron piedras, una de las cuáles alcanzó al ojo de uno de los amigos de mi hermano. Algunos compañeros del grupo, entre ellos, mi hermano, acompañaron al chico malherido a su casa y estuvieron un rato con él intentando tranquilizarle y curarle la herida. Pero les dieron las nueve de la noche, y no habían avisado de nada.

Hasta aquí la historia no tiene más problema que el de la pedrada en el ojo y de que no avisaron de que iban a llegar un poco más tarde. Pero la cosa se complica cuando al llegar mi hermano, tras contarnos lo que había pasado, le confiesa a mi madre que no tendría que haber dicho nada, que ya no iba a confiar más en ella si se enfadaba tanto. Mi hermano no entendía que el enfado de mi madre era simple y pura preocupación exagerada (o no, no lo se) de madre.

Lo dicho, que con 13 años, todos nos creemos muy listos. Para muestra un botón.

Mi hermano enfadado y llorando me pidió que hablase con él un rato, que me necesitaba.
Me sentí aturdida. Mi hermano nunca me había pedido ayuda, siempre estaba metiéndose conmigo y poniéndome en evidencia delante de mis padres, pero ahora... necesitaba mi ayuda.
No sabía ni qué hacer ni qué decir, así que bueno, entre en su cuarto y me senté en el borde a los pies de la cama, mientras el se sentó en la punta contrario. Así, un poco alejados el uno del otro por lo extraño de la situación empezamos a hablar. Le di pistas de cómo iba a ser su estado anímico en los próximos años, que todo el mundo se sentía así, que por mucho que no le gustase, iba a pelearse con mamá y papá, y que además, iba a ser incluso menos de lo que yo había peleado, por ser el pequeño, y tener el camino ya más abierto de lo que yo lo tuve en su momento. No me entendía, y no me entenderá hasta que no pasen unos años, pero le recomendé que durmiera, que ahora no podía pensar con claridad, y aunque me costó, se metió en la cama, se desahogó un poco contándome cosas y se quedó dormido. Pero eso sí, no dejó que yo me fuera de su habitación hasta que no se quedase dormido. Decía que conmigo se sentía mejor, que estaba más tranquilo.

Cuando se quedó dormido, apagué la luz y me marché.
Realmente había sido una situación extraña, pero me imagino que este tipo de conversaciones a partir de ahora serán más frecuentes, y espero que lo sean, porque realmente son mas naturales que las que teníamos con anterioridad.

Es extraña. La vida. Los humanos. Las relaciones. Las cosas que pasan.

De un café en el centro, y del final de esta larga entrada...
El Jueves fue un día tranquilo. Pasé la mañana estudiando Historia de la Psicología y por la tarde cogí la bici y me fui al centro. Allí me encontré con Él y con uno de sus familiares, un primo suyo que ya es más amigo que "primo de".

Era agobiante la cantidad de gente que se concentró en el centro de la ciudad ese día, así que tras dejar la bici fuimos a pedir un café para llevar (¡está riquísimo con un toque de menta y chocolate!) y a sentarnos en un banco cercano a una fuente a hablar sobre muchas cosas y sobre ninguna, interesantes pero que a veces escapan de mi total conocimiento.

Fue una tarde agradable, tranquila, rodeada de gente, sintiéndome parte de un todo, perdida en un mar de historias, de vivencias, de recuerdos... de humanos. Y me sentí encantada por todos y cada uno de ellos, por sus vidas, pos sus alegrías y por sus desdichas, por su experiencias y formas de ser tan distintas.

Paseando con la bici de vuelta a casa, con la carretera vacía me di cuenta de que no soy tan misántropa ni solitaria como pensaba, que realmente me encanta estar rodeada de gente y aprender de todo lo que me puedan enseñar. Me encantan y me disgustan, pero sea como sea, son parte de mi obsesión intentar conocerlos y entenderlos.




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