domingo, 11 de diciembre de 2011

#34 'Valentía' es nombre de mujer

Der Kuss (Gustav Klimt, 1907/8)
Muchas religiones nos relegan a un segundo o tercer plano, la historia ha sido contada por hombres y por tanto, hemos aprendido que la han construido los hombres. Se nos han encargado sin embargo tareas muy duras, y casi siempre desde un papel pasivo centradas en el cuidado de los niños y el hogar, postradas en un rincón al servicio de los hombres, estando bellas y hermosas y siempre dispuestas a los deseos de los varones y de lo que la sociedad esperaba de nosotras. Ha habido y hay movimientos feministas que reivindican un derecho igual e incluso superior al de los hombres. Yo personalmente no estoy de acuerdo con esta postura, no considero que ninguno de los sexos se merezca mayores derechos en cualquier ámbito que el otro, yo apoyo la igualdad. Una igualdad que en siglo XXI aunque mucho mayor que la de hace a penas veinte o treinta años ni existía, aún así sigue siendo insuficiente. Se tiene la creencia de que esta igualdad es mucho mayor de lo que realmente es, pero esa creencia la tienen sobretodo los hombres, como es lógico. Nosotras vivimos al otro lado, y ya sea por experiencia propia o por la de amigas, familiares o compañeras sabemos que aún nos queda mucho por lo que luchar.

Y la lucha es algo contra lo que precisamente tenemos que luchar. La lucha física, bruta, animal, irracional, cruel, dolorosa, hiriente, sangrienta, psicológica, profunda, dañina, y en muchos casos mortal.
Intento buscar más adjetivos y términos para describir la dura realidad que viven tantas decenas de mujeres ahora mismo, mientras tranquilamente estás leyendo esta entrada. Mujeres a las que les cuesta repirar, por miedo  a hacerlo demasiado fuerte y despertar a aquel que creían su príncipe azul pero que se convirtió en dragón escupefuego. Que cada día se despiertan con un mismo Sol cruel que les quema la piel mostrando las heridas y moratones, que hace temblar sus articulaciones como si se fueran a romper, y que sólo alimentan la esperanza de que la muerte llegue cuanto antes posible para poder descansar. Almas perdidas que temen más por la vida de sus hijos, que por la suya propia, que no encuentran consuelo en familiares que le instan a que denuncien al amor de su vida, que no entienden que lo ama. Porque lo aman, o al menos, aman el recuerdo de ese hombre del que se enamoraron.  Mujeres que a ojos de vecinos son amadas, pero que son maltratadas en el hogar. Princesas de un cuadro de Klimt que el pueblo cree amadas cuando se sienten mutiladas.

Realmente, me siento muy torpe al intentar describir una realidad que yo no he experimentado ni espero experimentar en mi vida. Me siento realmente culpable por no poder expresar con unas palabras tranquilas lo que ellas pueden sentir, porque simplemente, no se puede, creo, describir. Creo que es un dolor emocional y físico tan intenso que hace enmudecer y que sólo intenta buscar un lugar tranquilo donde calmarse y sanar.

El Viernes pasado me paso algo que ni ahora mismo logro entender, o al menos es complicado que alguien ajeno a mí misma entienda.
Durante una extraña mañana de clases en la que la Facultad estaba casi vacía, durante la hora de la clase de Psicología de la Personalidad llegamos al tema que trata sobre la Violencia de Género, peor antes de abordar los conceptos teóricos y académicos la profesora decidió que entrásemos por una puerta mucho más cercana, más sensorial y emocional, con el visionado de una película española, "Solo Mía", la primera película que trata sobre el maltrato hacia la mujer. Nadie tenía muchas expectativas sobre esa clase, incluida yo. Pero no sabía lo equivocada que estaba hasta unas horas después.

La película mostraba a una pareja normal, con un hombre cariñoso y buen trabajo y una mujer inteligente y con personalidad que se amaban con devoción. Pero conforme pasaban los minutos de película y los días en su imaginaria realidad la conducta del hombre se volvía paranoica, obsesiva, brutal. Hasta hoy, sólo hemos podido visionar los primeros cincuenta minutos de la cinta, pero en esa pequeña, primera y creo, menos brutal muestra, impactó sobre mi mente de una forma que nunca imaginé. Las escenas de palizas totalmente realistas y una violación fueron tan impactantes que al salir del aula mi mente se llevó todas esas horribles sensaciones y se asentaron muy dentro de mí.

Me resultó complicado atender a la última clase, y ya en la calle andaba como un muerto viviente de camino a las paradas de autobús, de camino a mi casa. Estaba metida dentro de mí misma, reprochándome el hecho de no haber mostrado más interés antes a ese hecho que se anuncia casi diariamente en el telediario o en el periódico con cifras de muertes de mujeres asesinadas a manos de sus parejas sentimentales. Siempre me habían parecido noticias horribles y me enfurecía con el agresor, pero nunca me ponía en el lugar de la mujer, al menos no conscientemente. Siempre había tenido palabras y pensamientos horribles sobre el monstruo y algunos tristes sobre la víctima. Me odié a mi misma por no haber sido más observadora, más consciente, por simplemente, no haberme parado más tiempo a pensar en cómo podía yo ayudar a todas esas mujeres que se encuentren en situación de maltrato.

Llegué a casa, y a penas comí. Hablé con mi madre, e intentó animarme, decirme que no podía afectarme algo tanto estudiando lo que estaba estudiando y con perspectivas de un trabajo que me va a obligar a enfrentarme a situaciones muy difíciles. Pero ese día, me olvidé de todo y sin yo quererlo me sumí en una profunda tristeza y un odio y temor por todo el género masculino.

¿Conocen mis lectores esa genial iniciativa de Médicos Sin Fronteras que consiste en unas pastillas en contra del dolor ajeno? Pues bien. El Viernes pasado parecía que yo había ingerido grandes cantidades, no de un chicle de menta simbólico, sino de grandes dosis de maltrato.

Me apalanqué en la cama intentando desterrar ese temor de mi mente, ese dolor que yo no estaba sufriendo realmente pero que sentía en mi. Mi chico me llamó para salir, pero hasta de él, que siempre me había tratado y me trata tan bien, sentía miedo. Aun así, insistió en animarme y me recogió por la noche para ir a cenar con unos amigos. De camino al lugar de encuentro el coche se llenó de mis lágrimas y mis llantos. No podía para de explicarle a Él lo horrible que era esa situación para todas esas mujeres, de llorar y gritar que era una maldita injusticias, de martirizarme a mí misma por no haberles dedicado ni un sólo pensamiento antes. Tuve un ataque de pánico, o eso creo que fue, no lo se bien.

Fue algo parecido a cuando alguien presencia un horrible accidente, pero aunque a él o ella no le haya pasado nada no puede parar de gritar y gritar, a pesar de que todos los de su alrededor le aseguren que está bien, que no le ha pasado nada. Yo no podía parar de llorar y llorar y sentir el dolor imaginario de esas mujeres.

No se lo que esas mujeres sienten, y no quiero experimentarlo, pero el Viernes me conciencié de una manera tan profunda que a pesar de que ya, evidentemente, no siento ese pavor hacia los hombres, ni lloro desconsolada, en mi mente esas mujeres tendrán un lugar privilegiado de cariño y comprensión.

Intentaré suplir estos años de ignorancia hacia ellas con mayor interés, intentando hacer algo si está en mi mano. Intento ahora, desde aquí a animaros a estar atentos a cualquier señal de maltrato a vuestro alrededor, de dar fuerza a esas mujeres, que deben volver a creer que son valientes y capaces de todo. Intento desde aquí dar mi aliento a todas vosotras, como yo, mujeres.

1 comentario:

  1. Todo empieza, creo, en la educación y en lo que los niños ven día día, sobre todo en su casa, en su entorno más cercano. Pero también hay que enseñarle a muchas chicas a que se quieran y se respeten, a que no se dejen manipular por ellos. Hay que hacer ver, en general a toda la sociedad, que cuando se dice aquello de: <>, decidle que la provocación (en este contexto, hay muchos tipos, pero en este, en caso de una violación, por ejemplo) es si la quieren ver así, ¿qué pasaría si fuese al revés? y provocando!?¿por qué?porque quizá lleva una falda corta o porque lleva unos pantalones más pegados!? Y en el fondo, mientras lo dices, lo argumentas, lo intentas explicar, etc. aparece una indignación, una impotencia, una ... una ... no hay siquiera palabras para describir esa sensación cuando pasan estas cosas. Y tú te preguntas cómo se puede atentar al sentido común (porque el respeto por todas las personas, sean del sexo que sean, de la raza, religión ... ese respeto, esa tolerancia es algo, en pleno siglo XXI ya, es algo de sentido común, de tener dos dedos de frente; pero está visto y comprobado que, aquello por los que much@s lucharon para que algún día se viera o fuera de sentido común, no es así. Y sí, algo falla, fallan muchas, pero esto no es algo que se pueda cambiar de la noche a la mañana, de un día para otro, es poco a poco, lentamente pero imparable.)
    En fin, me he extendido demasiado, aunque nunca es suficiente para expresar todo lo que llevamos y sentimos por dentro. Mira, este anuncio de A3 es el mejor resumen de la primera idea que exponía, sobre que empieza por lo que los niños ven desde pequeños en su entorno: http://www.youtube.com/watch?v=D1wuvD4IWKs&feature=related
    Besos. Rebecca.

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