miércoles, 15 de diciembre de 2010

#2 Percepciones


Hacía frío y estaba cansada. Me esperaba un largo día en la Universidad y era Lunes.
Tardé mucho tiempo en salir de la cama. Mis ojos me pesaban y el ambiente gris tras la ventana no animaba a despertar a mi mente.
Casi sonámbula me dirigí a la cocina y me preparé un vaso de leche caliente con chocolate en polvo y galletas.
Mi madre se había ido a hacer las compras, y yo... yo tenía que preparar aún la bolsa con los libros que me llevaría ese día a la Facultad.

Tardé más de la cuenta en salir de casa, no encontraba las cajitas de las nuevas lentillas. Ya tocaba cambiarlas, habían cumplido un mes, y no podía aguantar ni un día más mis ojos resacosos y cansados cuando llegaba la noche.

Esas pequeñas lentejitas aplanadas y transparentes han sido mis compañeras desde siempre, desde que era muy niña. Pues nací con cataratas.

La gente se sorprende cuando cuento entre risas que poseo una catárata congénita. Todos piensan que estoy haciendo una broma, que no puede ser cierto, afirman encarecidamente que es imposible nacer con cataratas. Pero claro, entiendo que para la gran mayoría es un hecho extraño y poco común, que ciertamente lo es.

Pues si, nací con un pequeño puntito blanco en el centro de mi pupila derecha que me ha impedido siempre ver como todos los demás pueden ver. La catarata es la opacidad total o parcial (como en mi caso) del cristalino, cuya función principal consiste en permitir enfocar objetos a diferentes distancias. Yo siempre intento explicar a todos esos curiosos y sorprendidos tras escuchar mi historia médica particular que tener cataratas sería como ver siempre tras un cristal empañado por el vapor de agua o con un cristal traslúcido. Lo ves todo muy difuso y borroso, incluso percibiendo como en algunos puntos ni siquiera se diferencian los colores, por pequeño que sea.

Esa catarata, que además solo la poseo en uno de mis ojos, el derecho, me produjo una miopía de 10 dioptrías en solo ese ojo. Mi ojo izquierdo ha sido siempre un ojo totalmente sano hasta que cumplí los 13 años, cuando debido a los estudios del Instituto y la maduración y el desarrollo comenzó a aparecer en él una pequeña miopía común y corriente, como la que tiene la mayoría de la gente.

Así pues, actualmente poseo una abismal diferencia de 1'50 dioptrías en el ojo izquierdo y 9 en el derecho (¡comenzó a bajarme hace unos años!).

Sinceramente, me encanta ver la cara de la gente cuando cuento esta pequeña historia médica, y me divierto haciéndoles acercarse hasta mis ojos para que observen la catarata por ellos mismos, imperceptible a todos si yo guardase silencio, y ver como se llevan las manos a sus bocas abiertas para disimular su asombro.

"No se te nota nada" Esa es la gran ventaja: no es una catarata muy grande, y está muy centrada. A penas mide poco más que el extremo punzante de un alfiler.

Esa mañana de Lunes perezoso, todo parecía verse tras un cristal empañado por el vapor del agua, mojado por las gotas de lluvia de la noche anterior quizás.

Salí a la calle, me abrigué con la bufanda, y me enfundé en los guantes color gris para dirigirme a la parada de uno de los autobuses que tendría que coger hasta llegar.

El primer autobús no tardó demasiado en llegar, peor estaba abarrotado de gente, y encima era uno de esos autobuses antiguos, no de los nuevos que tienen mucho más espacio.
Todos nos acomodamos en nuestro pequeño espacio dentro del vehículo de forma azarosa, y el destino quizás quiso que me situase cerca de tres mujeres que se dignaron a permitirme espiarlas de forma no invitada en el relato de una historia que era muchas historias que se enlazaban entre sí, como esas grandes historias de las vidas de personas interesantes, que tienen muchas cosas que contar de cualquier anécdota.

Esa mañana, como todas las mañanas, las calles se llenaban de personas de mediana edad, y mucho más los autobuses. Sin embargo, las tres mujeres de las que voy a hablaros tenían edades muy distintas.
Estaban sentadas y conversaban. Bueno, en realidad, una de ellas hablaba y las otras dos escuchaban con interés.
Me gustó la voz animada y alegre de la narradora y me acomodé un poco entre las barras de sujeción para escucharla. Iba bien vestida, con una cazadora de cuero negro, un chaleco verde claro y un fular de color parecido, vaqueros azules, labios encarmintados, ojos perfilados y entre las manos sujetaba un bastón pequeño de madera. Tendría alrededor de unos cuarenta y muchos. Su forma de hablar era muy andaluza, muy sevillana, incluso podría decir, muy trianera.

Hablaba de sus tres hijas con mucho cariño, del motivo y la razón por la que una de ellas se llamaba Marcela y no Juana, de cómo Helena era la más noble e inocente y de que Marta tenía una risa contagiosa que hacía a todos los que estaban a su alrededor animarse.

Mi narradora tenía unos ojos realmente bonitos (siempre me he fijado mucho en los ojos de la gente), de un color miel, de esos ojos que te abrazan con solo mirarte.
En su relato miraba sobretodo a la señora de pelo gris que tenía en frente, y a veces giraba la cabeza para integrar en la conversación a una chica más joven que estaba a su lado.

Hablaba mucho, quizás demasiado.

El autobús giraba y se movía en exceso, la gente entraba y se agolpaba y tuve que acercarme más aún al grupo de mis amigas ausentes. Fue en la cercanía cuando no podía dejar de mirar a mi narradora, a sus ojos y su forma de mirar: su visión se centraba en una línea, en un horizonte fijo y definido. No miraba a la cara, ni a las manos, ni a lo lejos. No miraba al suelo ni al techo. Simplemente, no miraba. Llegué a la conclusión, antes de que ella lo confesara cuando una señora mayor quiso quitarle su asiento, al verla tan joven y guapa, para sentarse ella, de que era ciega.

Mi narradora nación en San Bernardo, su abuela era artillera, su abuelo Ingeniero Aeronáutico y su padre boxeador. Familia de luchadores y guerreros. Del cielo y del fuego, de la fuerza, el coraje y la valentía.

Quiso socorrer a un hombre hacía un años, tres meses y diez días cuando de repente su pago fue recibir una paliza que le reventó el ojo izquierdo e hizo perder tejido neuronales en el ojo izquierdo, le rompió varias costillas y le dañó gravemente la rodilla.
Hacía un año, tres meses y diez días que Mercedes, mi narradora, se quedó ciega.

La admiré, en ese momento Mercedes se convirtió para mi en una heroína, en una mujer con una fuerza extraordinaria, digna de admirar, de desear tener cerca siempre, para aprender de ella sobre todo eso que no se aprende en los libros.

Se dirigía hacia la Once, para recibir un reconocimiento, una mención especial. Ella se merecía eso y mucho más. Ella se merecía ver crecer a sus hijas, poder pintar como hacía antes, y así poder volver a leer sus novelas y dibujar, colorear, que le encantaba hacerlo. Sus grandes pasiones eran, según le decía a otra señora que se interesó por ella, la lectura y el arte. Y hacía un año, tres meses y diez días que le arrebataron no solo su vista, también sus pasiones y las sonrisas de sus hijas.

La señora que se incorporó, y sin duda fue más osada que yo, quiso pararla, evitar que siguiera contando tristezas, pero Mercedes en cambió sonrió y solo pudo decir que le habían arrebatado la vista, pero no algo que siempre había tenido: un corazón enorme.

Solo pude sonreír. Solo una buena andaluza se tiene en tan alta y real estima a sí misma y lo dice sin pretensiones ni pedantería. Solo una buena andaluza y una buena mujer puede hablar de sí misma de forma sincera a la vez que en broma.

El recorrido en autobús se acababa, y yo no quería irme, quería seguir escuchando su linda voz cuando afirmó que ella veía muy bien, mucho mejor que la mayoría de las personas, que la percepción de la vida que ella tenía la poseía poca gente.

Hacía tiempo que no escuchaba una afirmación tan cierta como la de Mercedes.
Y es cierto, no hacen falta ojos para ver, ni colores para saber cómo es el cielo, ni el mar, ni el sol. No hacen falta ojos para ver el amor, la sinceridad, el respeto, la vida. Solo hace falta sentir, apreciar, vivir. Vivir.

Querida Mercedes, te deseo mucha suerte en todo, y aunque no puedas leer esto, solo quiero decirte, que me ha encantado conocerte, aunque tu no me conocieras a mí : )

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